El barbasco: La historia no contada de las hormonas sexuales

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La historia de la industria de las hormonas esteroideas es poco conocida a pesar que casi 4 millones de mujeres hoy en día toman píldoras hormonales. Posiblemente la causa de su olvido involucra una serie de factores de tipo social, económico y sobre todo político que afectaron la extracción y síntesis de hormonas en materias primas, especialmente hablamos de la de raíz denominada barbasco, una de las fuentes más importantes de hormonas.

El barbasco o Discorea composita Hemseley, es una raíz usada por los pueblos indígenas de México para tratar los dolores musculares y como anticonceptivo. Posee hormonas sapogeninas esterodiales asi como esteroles colesterol, estigmasterol y beta-sitosterol. Actualmente es utilizada en la industria farmacéutica para la elaboración de anticonceptivos.

La historia de las hormonas sexuales, se puede decir que comenzó en la década de 1930, periodo donde las farmacéuticas entraron en la carrera internacional para producir hormonas de este tipo. Sin embargo, para conseguir este objetivo, muchas empresas optaron por patrocinar estudios en universidades con el fin de obtener materia prima a costos menos elevados. Fue el caso de la compañía farmacéutica americana Parke-Davies quien patrocinó las investigaciones de Russell Marker, un profesor de la Universidad Estatal de Pensilvania, quien trabajaba con moléculas vegetales cercanas a los esteroides: las sapogeninas.

Entre 1939 y 1943, Marker y su grupo realizaron varios estudios y demostraron que las sapogeninas podían ser utilizadas como precursores en la síntesis de hormonas esteroides lo que estimuló a este investigador a buscar plantas que tuvieran un alto contenido de estos esteroirdes. Se dice que Russell Marker en 1941 se encontraba de viaje en Nuevo México colectando nuevas plantas para sus investigaciones, cuando vio, en la casa donde se estaba albergando un libro de botánica con la foto de una planta con una raíz enorme de la familia de los ñames o camotes, situada en el estado de Veracruz, México. Al percatarse de que aquella raíz era una posible nueva fuente de sapogeninas, viajó a ese estado. La planta que había visto se llamaba “cabeza de negro” (Soto, 2005) y efectivamente encontró que producía grandes cantidades de un compuesto esteroide, la diosgenina, la cual posteriormente logró transformarla en progesterona.

Marker quiso cultivar esta raíz, pero no pudo reproducir las condiciones en los laboratorios de Pensilvania, por tal motivo insistió a las farmacéuticas americanas que se tenían que instalar laboratorios cercanos a la materia prima. Sin embargo, no existió apoyo  para establecer una industria farmacéutica en México la cual era casi inexistente en esos momentos. A pesar de las negativas, Marker se fue a México en 1943 y estableció una nueva compañía en asociación con Emeric Somlo y Federico Lehmann, de los Laboratorios Hormona, S. A., a la que llamaron Syntex (Diechtl, 1980).

Hablar de la industria de las hormonas en México es hablar de la historia de Syntex una empresa nacional, que inicialmente contó con el apoyo directo del gobierno mexicano y que se dedicó desde 1944 a la producción e industrialización de la progesterona, logrando desplazar a los principales carteles farmacéuticos europeos y posicionarse como la única empresa que poseía la tecnología para producir los compuestos. Syntex además de colocarse en los mercados internacionales, creo una red de recolectores (campesinos indígenas) quienes le proveían directamente de las materias primas, a bajo costo económico.

El precio al cual Syntex compraba la materia a los campesinos no era justa, la simple recolección implicaba introducirse en la selva veracruzana, inhóspita en ese entonces, llena de peligros y con condiciones climáticas extremas. No obstante, la situación económica, la desigualdad social y el hambre obligaron a la gente a involucrarse con esta empresa y a la recolección de su preciosa materia prima.

Los recolectores fueron un recurso indispensable para la empresa, sin ellos y sus conocimientos de la zona, la búsqueda de nuevas raíces hubiera tardado mucho tiempo en realizarse, como el descubrimiento de la raíz Dioscorea composita, una planta semi-invasora que crece abundantemente y que contiene concentraciones de diosgenina hasta diez veces mayores que la “cabeza de negro”. Además, su ciclo biológico es de sólo tres años comparado con el de D. bartletii, que dura veinte. Todas estas características hacen a D. composita mucho más rentable que D. bartletii (Bernath, 2008).

A pesar que Syntex tiene un gran mercado en sus manos, años después de su creación se produce un conflicto serio, Marker se va de la empresa por una disputa económica, que obliga a Syntex a conseguir otro investigador que siga los procedimientos de extracción de la progesterona. Esta empresa encuentra a otro investigador capaz de sintetizar la progesterona de nombre George Rosenkranz que no sólo se instala en México, sino que aporta sus conocimientos en química en los departamentos de farmacia de la Universidad Nacional Autónoma de México.

Syntex en 1951 deja de ser empresa mexicana y es comprada por estadounidenses y trasladada a California siguió siendo la principal proveedora de hormonas sintéticas en el mundo. Con este hecho, las compañías extranjeras transnacionales obtuvieron acceso directo a la materia prima y en el transcurso de los siguientes años desplazaron a las empresas independientes que habían participado en la industria mexicana de hormonas esteroideas. La materia prima quedó bajo el control y tecnología de las empresas extranjeras, evidenciando que las medidas del gobierno mexicano habían sido insuficientes desde un principio. Es increíble como el cambio cualitativo de una sola empresa hizo que el estado perdiera el control sobre los aspectos posteriores a la explotación del barbasco (Bernath, 2008).

Al ver el gobierno mexicano que pierde económicamente los derechos sobre sus productos, en 1970 se decreta la tramitación de los permisos forestales para la extracción del barbasco evitando que las transnacionales siguieran explotando el recurso en una tierra que no era suya. Se prohibió la exportación de barbasco y de diosgenina, de manera que las compañías extranjeras que querían producir anticonceptivos, cortisona u otros productos hormonales, tenían que comprarles directamente a los productores mexicanos la progesterona, con lo que se garantizaban las ganancias de las compañías nacionales.

La historia de los campesinos barbasqueros a manos de las transnacionales es larga, dolorosa e indignante. En 1975 se crea Proquivemex por el gobierno federal, para defender los intereses de la nación, beneficiando la compra de esta planta a los campesinos a 1.50 de dólar por kilo. Antes las transnacionales pagaban 20 centavos por kilo a los campesinos diciéndoles que el barbasco solo servía para producir jabones, pero pronto los campesinos se enteraron del verdadero valor de la planta y su uso para la extracción de esteroides, donde un solo gramo de ella valía en aquellos años 20 mil dólares (Diechtl, 1980).

Proquivemex llegó a producir sus propios medicamentos y también reunir a los campesinos para exigir un precio justo por el barbasco. Esta empresa exigió que las transnacionales dedicaran un 20% de su capacidad instalada para elaborar los productos para Proquivemex, sino cumplían no se les vendería barbasco. Con estas medidas se pretendía recuperar el control estatal sobre el barbasco y transferir las ganancias desde las transnacionales a los campesinos (Diechtl, 1980).

A finales de los setentas, las transnacionales cansadas y temerosas del monopolio mexicano del barbasco, empezaron a buscar otras fuentes de precursores. Se organizaron expediciones botánicas en diversas partes del mundo para encontrar nuevas especies productoras de sapogeninas. Otras compañías perfeccionaron la síntesis de progesterona a partir de colesterol logrando la síntesis química total, lo que les permitió prescindir del barbasco para producir la progesterona. Para finales de los ochentas, el mercado del barbasco había decaído drásticamente y con ello, el sustento de los campesinos que lo recolectaban.

En la década de 1990 ya era muy difícil recuperar el recurso y explotarlo, no existían las condiciones tecnológicas ni económicas, así como la dificultad de conseguir nuevos mercados a nivel internacional. Sin embargo, no se puede excluir la posibilidad que a largo plazo vuelva a existir una demanda por la raíz y por lo tanto se desarrollen nuevos productos farmacéuticos.

El barbasco es sólo uno de los tantos ejemplos de los recursos vegetales con los que cuenta México. De alguna manera, estas plantas y su explotación están inscritas en la historia de una industria que gana millones, pero desgraciadamente no están presentes en la historia de un país que por cuestiones políticas y económicas, no supo aprovecharlas.